24.7.11

Reflejo irracional - Por Leonardo Flamia

Semanario VOCES (21 de julio de 2011)

Nadie había en el espejo de agua”, título sugestivo si los hay, parece ahondar en la anulación personal de quien comete un crimen pasional, algo que ya indican los creadores del espectáculo: “La obra coloca la lupa en el instante previo al crimen pasional, hecho que ha ocurrido en todos los tiempos y aún sucede al día de hoy, pero especialmente se sitúa en el momento de ceguera que precede al hecho, en los motivos y en las dudas que el eventual asesino vive durante unos minutos y le bloquea toda conexión con la realidad”. Jugando con el título de la obra, esa ceguera previa al crimen pareciera anular la personalidad, la voluntad de quien lo comete, como si una fuerza independiente, llegada de otro plano, se apoderara de los personajes hasta conducirlos al homicidio pero borrándolos en ese instante, sin que se puedan reconocer en el espejo del título.
La obra se estructura en tres partes, las historias de los dos crímenes, subtituladas Los Fuegos y Los Aceros en función de los elementos homicidas, y la última subtitulada El Agua, por el elemento que constituye la superficie en la que se pierde el reflejo del protagonista-criminal, y quizá la parte de la obra en que habría que buscar algunas claves para interpretar lo que ha sucedido antes.
Las posibilidades de interpretación del espectáculo se ven notablemente enriquecidas por las características estéticas del mismo (cosas que uno separa para analizar pero son una misma cosa en realidad), la poética teatral de Nadie había en el espejo de agua es básicamente “poética” si se nos permite la redundancia, una poética creadora de una realidad que parece nutrirse de la leyenda. “Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra; / El adjetivo, cuando no da vida, mata”, los versos pertenecen a Vicente Huidobro, a uno de los poemas que constituyen la obra El espejo de agua, y parecen adecuarse a esta obra de Rodríguez, en donde se inventa un mundo cuidando mucho encontrar las palabras justas, donde los adjetivos no son superfluos, sino que vitalizan dentro de la particular estética global, a todo el espectáculo, que resulta homogéneo, coherente y autónomo, con una unidad estética sorprendente.
Colaboran en esa particular estética el trabajo casi artesanal para crear climas a partir de las luces, la funcionalidad y la simbología de la escenografía y del vestuario, y la búsqueda de que lo sonoro, no solo en el soporte musical sino también en la forma y el tono en que se expresan los actores, sea un componente más del todo, que cada elemento más que valer por sí mismo valga como una nota más que construya la armonía total de la obra.
En las dos historias hay una similar dicotomía entre un personaje más agresivo, enceguecido, que acosa con preguntas y dudas, y otro que trata de calmar. En la historia que sucede en un tiempo “actual” es la mujer la agresiva, mientras que la que transcurre en el pasado que da nombre a la laguna, que pone el fondo legendario que parece apoderarse de la historia actual aunque sea por esa fuerza irracional que domina a los personajes controlados por los celos, es hombre el dueño de la agresividad. Las actuaciones tenían que estar acordes para que no hubieran disonancias, y lo están, destacándose las dos actrices. Sorprende Paola Chalela por su garra, por su sensualidad, por la seguridad con que construye su personaje. Quien ya no sorprende a pesar de su notoria juventud es Erica Gómez Ricci, su personaje parece salido de la poesía modernista, o de las leyendas becquerianas, y logra crear ese tipo con naturalidad. Gonzalo Mendoza y Luis Izzi complementan desde lugares distintos las historias para terminar de construir esta artesanía poética-teatral.
Esta obra de Adrián Rodríguez tiene similitudes con Justo antes del eclipse, otro texto suyo que vimos el año pasado pero dirigido por Luis Izzi, y también dirigía Izzi el texto de Rodríguez Aterciopelada, que vimos hace un par de años en el Museo Torres García. Es interesante ver como la personalidad de Rodríguez como director da un matiz distinto al espectáculo del que les daba Izzi, y nos interesa anotar esto porque los textos no se ponen solos en escena, sino que cobran dimensión teatral desde la forma en que los encara el director junto al equipo de técnicos y el elenco. Esto es constatable en este grupo de gente joven, que sin tanta promoción viene marcando una de las presencias más interesantes en las tablas montevideanas sin que se conviertan en algo homogéneo, manteniendo perfiles sin que esto imposibilite el trabajar juntos. Rodríguez, Gómez, Izzi y Mendoza, desde lugares distintos, han participado en los tres espectáculos mencionados, que no se repiten como formulaciones estéticas, pero sí logran una calidad por encima de la media.